viernes, 12 de abril de 2013




LA VERDADERA HISTORIA DE PINOCHO


Gepetto le sacudió suavemente para despertarle.
¿Has dormido bien, mi niño?- le preguntó.

Pinocho se desperezó ruidosamente, sus articulaciones emitiendo arbóreos crujidos mientras respondía: -No sé, abuelo. Ha sido todo muy raro. Imagínate que he soñado que era de madera… De madera, ¿te das cuenta qué tontería? Y que había un hada buena que me convertía en niño de verdad. Como en los cuentos que tú me contabas de pequeño. En fin, menos mal que sólo ha sido un sueño. ¿Qué hay para desayunar?

Gepetto lo miraba sonriendo mientras el chaval engullía con ganas. Y es que al buen carpintero se le había ido la mano y en vez de un chiquillo había tallado un adolescente de 16 años que comía como una lima, un mozalbete atlético y bastante guapetón a su juicio. Lástima de ese nudo de la madera que no pudo eliminar completamente y que le había dejado esa nariz tan fea.

Una vez terminado el desayuno, el anciano le entregó dos cosas: un grillo y una cartera. El grillo, le dijo, se llamaba Pepito y sería su guía. Y la cartera era para ira al colegio, donde sin duda lo convertirían en un hombre de provecho. Él ya había soñado con que Pinocho fuera abogado, o médico. O incluso, quién sabe, presidente de la nación.

¡Ay! Pero el mal nunca descansa y cuando el chaval llegó al cole se encontró con una profesora que le hacía morritos. Era pelirroja y simpatiquísima, y tenía las curvas de Sophia Loren y la mirada de Gina Lollobrigida. Pepito Grillo se dio cuenta de inmediato de que la espectacular hembra no era sino la acérrima enemiga del hada buena que había dotado de vida al muñeco y se aprestó a alertar a Pinocho:
-Ni se te ocurra escucharla- le dijo- Es la reencarnación del mal. Te llevará derecho a la perdición. Condenará tu alma y el pobre Gepetto morirá de la tristeza.
 
Pero Pinocho estaba ya atrapado entre las pestañas de la diosa. Y cuando ella le pidió que se quedara después de clase para darle unas lecciones particulares, al chaval se le pusieron los ojos como platos. Cogió al grillo, que ya lo tenía frito con tanta moralina, lo metió en un frasco con formol y lo llevó al laboratorio de la escuela.
Luego volvió al aula donde le esperaba la maestra, que debajo de la bata blanca llevaba un body negro y unas ligas rojas.
 
Y fue entonces cuando a Pinocho empezó a crecerle la nariz.

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