jueves, 4 de abril de 2013

 
 
 
 
LA CUENTA-MILAGRO
 
Me he llegado hoy al cajero,
he metido la tarjeta
y por poco me desmayo
cuando he visto lo que queda
en la cuenta, y no ha hecho el mes
más que asomar la cabeza.
 
Me he acercado al mostrador
a actualizar la libreta
por ver si, nunca se sabe,
había habido en la cuenta
algún movimiento extraño:
un pago, una transferencia…
un cargo de otro cliente,
algún sablazo de hacienda…
Pero nada, todo estaba
bien anotado y en regla:
la factura de la luz,
el teléfono, las letras
del coche que aún no he pagado,
la ITV, la hipoteca,
compras del súper, recibos,
tickets de gasolinera…
Lo mismo de cada mes
pero con la diferencia
de que cada mes es más
lo que pago, y en inversa
proporción estoy cobrando
y, claro, el sueldo no llega.
 
Así que, tras descartar
lo de cortarme las venas,
me he acercado al mostrador
y he preguntado muy seria
si no sería posible
apañarme a mí una cuenta
como la de Urdangarín,
el de la hija de la reina,
de esas que, de hoy a mañana
te multiplican las perras
y, lo que es más cojonudo,
tú ni siquiera de enteras.
 
"Cuentas-milagro" les dicen…
y no es una cosa nueva
que en tiempos del Urralburu,
cuando estaba la peseta,
no sólo multiplicaban
el saldo de la libreta
sino que lo transferían…
¡Y cambiaban la moneda!
Que tú metías aquí,
pongamos, dos mil pesetas
y al cabo de algunos días
y sin que tú lo supieras
se te habían transformado
en cien mil coronas suecas.
 
Así que, señor banquero,
déjese usted de pamemas,
no me regale sartenes,
ni bolígrafos de pega:
quiero una cuenta milagro
como el yerno de la reina,
y, si no es posible, ruego
tenga usted la deferencia
de estafarme un poco menos
y no robarme las perras.

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