martes, 2 de abril de 2013



 
 
LO IRREPARABLE
 
Sólo pudo escuchar la primera frase. El resto no fueron sino palabras inconexas que atravesaban su cerebro de un lado a otro, como una corriente de aire entre sus oídos. Mantenía la mirada fija sobre las rodillas, sin atreverse a levantar la vista, y recordaba casi con exactitud todos y cada uno de los desatinos cometidos, y que le habían hecho tanta gracia desde el primer momento. Recordaba las advertencias de sus padres, al principio, cuando apenas salía de la infancia. Recordaba las campañas publicitarias, acerca de las que bromeaba delante de sus amigos, de sus familiares, de todo el mundo. Esas cosas, decía, son como los accidentes de tráfico, siempre les pasaban a los otros.
Pero no.
Ahora estaba allí, sentado, sin atreverse a mirar la radiografía que reposaba sobre la mesa, aguantándose las lágrimas y diciéndose a sí mismo mierda-mierda-mierdaymilvecesmierda. Y pensando cómo se lo iba a explicar a su mujer cuando llegara a casa.
 
El hombre sentado frente a él terminó de hablar. Se levantó de la silla, se le acercó y le preguntó si se encontraba bien. El musitó un sí apenas audible y salió de la consulta. Atravesó el pasillo despacio, como un zombi, ajeno al mundo que se agitaba a su alrededor. Salió a la calle. La mañana era fresca. Se sentó en un banco y echó la mano al bolsillo, el gesto instintivo que siempre acompañaba a la salida de un espacio público. Sus dedos sintieron el crujiente y familiar contacto del paquete, casi vacío. Lo sacó, estrujándolo con rabia y lanzándolo lejos, muy lejos.
 
Y sólo entonces pudo llorar.

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