domingo, 21 de abril de 2013




LOS MANITAS DE LA TELE
 
Veo poco la tele, lo reconozco. Entre granhermanos, túsiquevales, igartiburus y políticos soltando trolas hace tiempo que mi aparato acumula montañas de polvo sobre el mueble del salón. Lo único que despierta mi interés son algunas pelis, ciertos documentales y sobre todo esos programas que explican el proceso de fabricación de los objetos. Hablo, naturalmente, de programas de telerrealidad, esto es, que representan procesos de fabricación auténticos, y no situaciones ficticias imposibles de llevar a cabo, como en la Bricomanía.
 
Y es que yo veo al fulano este empuñando la multiherramienta y me digo:
¿A ver, este tío dónde compra las cosas que a mí nunca me funcionan igual? ¿De dónde saca la madera que nunca le salen nudos ni se le astilla?
Porque a mí, es ponerme a hincar un clavo y tropezarme con un nudo. Y desde luego que para meter un tornillo primero tengo que usar el punzón. Por no hablar de esas sierras, esas lijadoras y esos taladros que no producen una mota de polvo, ni sueltan virutas, ni engorrinan la mesa y el suelo y hacen que se te pegue la suciedad a las suelas y luego vayas por ahí poniéndolo todo como un cristo. Que a mí una vez se me ocurrió limpiar las manchas de humedad de un armario con una lijadora orbital y la habitación parecía la última escena de una película sobre el fin del mundo; no se veía más que el polvo flotando en el ambiente. Y aún usando mascarilla  estuve una semana sacando mocos negros.
 
Pero el julandrón este no: este se pone a la faena sin guantes ni mascarilla ni nada de nada. Bueno, para lo único que utiliza protección es para el equipo de soldadura autógena, que es algo que todo el mundo tiene en su casa, junto al cajón de las patatas. Pero el resto a pelo. Y ni se da martillazos, ni se pilla la piel con el alicate, ni se clava la punta del destornillador plano, ni le salta una astilla al ojo y termina serrando en braille.
Y luego a ver qué potencia eléctrica tiene contratada el andoba. Porque un amigo mío se compró un equipo de soldadura en el Alcampo y se le saltaban los plomos cada vez que lo ponía a funcionar. Que volvió loco al electricista hasta que cayeron en la cuenta de que el causante del expediente X de su instalación podía ser el aparato bricolador. Pero les costó lo suyo.
Y ese tallercito tan relimpio y tan apañado. Que a ver dónde se ha visto que en un cuartucho tan pequeño le quepan tantas cosas. Y todo a mano y en su sitio. Una de dos: o este hombre no le deja herramientas a nadie o las que le prestan no las devuelve. Porque no le falta de nada: tiene brocas para metal, para madera, para hormigón, para cerámica… y luego no hay elemento que se le resista. Le pasa como al Arguiñano: que va a la tienda y encuentra de todo: lo mismo te aparece con una plancha de metacrilato que con una lámina de kriptonita. Y todo para construir un perchero de diseño. Claro que más tarde te dice, también como el Arguiñano, que si no encuentras metacrilato puedes utilizar el plástico de la mampara de baño, y que si no consigues kriptonita te puedes apañar con plastilina. Así que acabas colocando en el recibidor un adefesio indescriptible que ni siquiera sirve para colgar una bufanda porque el crío le ha quitado uno de los remates de plastilina de las patas para hacer un Bob Esponja.
 
Y, para colmo, tienes que gastarte un potosí en hacer instalar otra mampara en el baño, porque la del experimento ha quedado inservible  y ni siquiera tuvieron el detalle, en el mismo programa, de darte un briconsejo sobre cómo construir una cortina de ducha con las bolsas reutilizables del supermercado.
 
Que, tiempo al tiempo, se les ocurrirá.

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