lunes, 1 de abril de 2013

 
 
 
 REENCARNÁNDOSE, QUE ES GERUNDIO. Y REFLEXIVO
 
Todavía me estoy recuperando del impacto que me causó la última chaladura de uno de los curas de mi pueblo (sí, lo siento, ellos otra vez), que se negó hace unos días a que en la parroquia que regenta se celebrasen los oficios fúnebres de una mujer que había donado su cuerpo a la ciencia. El párroco argumentó que sin cadáver no había exequias.
Y se quedó tan ancho.
 
Y es que esto de reencarnarse va a ser como cuando de pequeños nos mandaban a la tienda a por la leche: que si no ibas con el envase vacío ya le podías llorar al abacero todo lo que te diera la gana que aquella mañana desayunabais todos agua del grifo. Como mucho, y si pillabas al tendero de buenas, se apiadaba de tu llanto y te metía la leche en uno de los envases que retiraba para echar a la basura y que, por lo general, tenía todo el gollete descascarillado. Y entonces el riesgo era el de jugar a los faquires, intentando adivinar a quién iba a tocarle el trocito de cristal que se había desprendido al echar la leche a la cazuela.
 
En fin… que parece ser, según para qué curas, que al otro mundo hay que ir completo.
Vamos, que ya me veo yo a San Pedro, el día del juicio final, y justo después de la ceremonia del peso de las almas, pasando a todos los aspirantes por un escáner a ver si están enteros. Y luego diciéndote: “Pues mire, no se puede usted reencarnar porque le falta un dedo”. Y el otro: “Ya, pero es que era carpintero, y me lo corté con una máquina”. Y san Pedro: “Ah, eso no es cosa mía… ahí en frente tiene usted a María Magdalena que es la que lleva el tema de las reclamaciones: rellene usted el impreso y ya le atenderá San Judas Tadeo cuando le toque el turno. A ver, el siguiente… usted tampoco puede pasar que le falta un riñón”. -“Ya, pero es que nací sólo con uno. Tengo un informe del hospital donde lo certifica, pero claro, lo dejé en la Tierra. Si me deja usted bajo a por él, o le pego un telefonazo a mi  mujer para que lo escanee y me lo mande por mail. Mire usted que a mí me hacía mucha ilusión reencarnarme, que he llevado una vida de lo más miserable…”.- “Nada, nada, déjese de tonterías y de vuelta al limbo. Y ahueque el ala que hay cola. A ver, Santa Teresa, ¿dónde está el brazo que te falta?”. -“En el convento, ya lo sabéis de sobra… que llevan las hermanas siglos sacándoles dinerillo a los turistas que lo quieren ver”. -“Pues ya estás yendo a buscarlo que sin brazo no hay reencarnación. Y busca un cirujano que te lo reimplante. Si hace un buen trabajo y no se nota mucho el remiendo, entonces hablaremos. Pero no te prometo nada.”
 
Con este panorama, no me extrañaría nada que se cree en el limbo un mercadillo de repuestos en el que aquéllos que pasen treintaytrés del tema de la reencarnación se dediquen a dejarse desguazar y vender sus piezas por dinero. Claro que el problema, como en la tierra, será el tallaje. Porque no es lo mismo encontrar una pierna a la medida si mides 1’70 que si mides 2’10. Y en cuanto a las vísceras, a ver qué iba a pasar con la momia de Lennin, o la de Tutankámon. Yo creo que es por eso que a Hugo Chávez al final no lo han momificado. Porque Bolívar le debió de ir con el cuento cuando partió del mundo de los vivos y una noche se metió en la cama de Nicolás Maduro y le dijo que de sacarle las entrañas nada de nada. Que lo mismo luego se tenía que quedar dando tumbos por el limbo eternamente y tampoco era plan. Y que él lo que quería era volver a la Tierra. Y seguir mandando. Aunque fuera en la piel del presidente de los Estados Unidos.
 
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Así que de momento y por si acaso, yo he roto mi carnet de donante de órganos y les he dicho a todos mis allegados que a mí ya me puede ir la vida en ello que no me corto ni las uñas.
 
Yo que sé, malo será que al final me reencarne en ostra.

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