martes, 14 de mayo de 2013






EL CÓCTEL O EL EXILIO
 
Cuando el propietario del bar le dijo que le contrataba estuvo a punto de saltar de alegría. Encontrar un curro, así por las buenas y tal y como estaba el patio. Claro que él había sabido venderse. De algo le tenían que servir sus estudios de empresariales y todos los años que llevaba trabajando en el departamento de ventas de una multinacional. Pero no le hacía ni puñetera gracia lo de trasladarse a Alemania, más que nada porque el país le parecía más bien frío y aburrido. Y el alemán nunca había sido su fuerte, se le daban mejor el francés y el inglés.
Y porque aquello estaba en el culo del mundo. Y además tenía cuarentaytantos años, dos hijos, una ex mujer y una novia.
 
A las cinco en punto estaba tras la barra, como un flan. Sus primeros clientes fueron una familia que acababa de salir de un banquete de boda: dos manzanillas, una de ellas con sacarina, un poleo menta, dos cañas solas, una con limón, otra sin alcohol y con gaseosa, una coca cola light, una pepsi, un cortado descafeinado de máquina con leche fría, un café con leche desnatada, una fanta limón zero, un kas manzana y dos botellines de agua, uno de ellos con gas y un zumo de naranja sin pulpa para el niño, que estaba algo descompuesto.
Se frotó los ojos tras escuchar el pedido y tuvieron que repetírselo seis veces, de resultas de lo cual acabó poniendo azúcar en las dos infusiones, confundió los refrescos de cola, sirvió tres cervezas negras y dos carajillos y en vez de un zumo al chaval le adjudicó una copa de soberano. Y aún se atrevió a ponerse gallito cuando los clientes se negaron a consumir las bebidas y, por supuesto, a pagar la cuenta.
 
Se disculpó como pudo con su jefe, argumentando que la hostelería había cambiado un poco desde que, de crío, echaba una mano en el bar de su padre al salir del colegio. Y que aquello era algo más complicado que servir botellines en la cantina del cuartel, tarea que desempeñó durante los doce meses que pasó en Melilla haciendo el servicio militar. Y que lo que había pasado con el grupo que acababa de marcharse es que salían de una fiesta e iban un poco tocados del ala. Y la habían tomado con él porque lo vieron un tanto perdido.
El dueño lo miró con cierto aire dubitativo y se dijo que bueno, vale, que al fin y al cabo todos los inicios son duros. Pero  le pidió por favor que no volviera a enfrentarse con nadie.
 
El siguiente conflicto lo tuvo diez minutos más tarde con una cuadrilla de chavales que entraron a tomarse unos chupitos. Se escandalizó al reconocer entre ellos a los hijos de alguno de sus amigos y se negó a servirles, arguyendo que, pese a tener dieciocho años, eran demasiado jóvenes para beber alcohol de tan alta graduación. Y que en sus tiempos lo único que tomaban los adolescentes era cerveza, porque incluso los cubatas estaban reservados para ocasiones especiales. Y que, además, las seis de la tarde era demasiado temprano como para empezar con vodkas negros y guarrerías de ese tipo. Fue nuevamente su patrón quien salvó los muebles, sirviendo a los chavales una ronda de chupitos a cuenta de la casa y llamando aparte a su nuevo camarero para recordarle quién mandaba ahí y ya de paso advertirle que una queja más y lo ponía de patitas en la calle. Aunque tuviera que reclutar para servir bebidas al primer andrajoso vagabundo que pasase por la puerta.
 
De modo que se mordió la lengua durante el resto de la noche, mascullando entre dientes mientras servía bebidas imposibles y diciéndose que mejor era eso que largarse a Alemania, por mucho que su empresa le pagase los gastos.
 
Al filo de las tres de la mañana entraron por la puerta su ex mujer y un tipo visiblemente más joven que ella. Aquello era demasiado, se dijo, de modo que salió de la barra y le dio al fulano un puñetazo de los de peli de Chuck Norris. El personal, que iba a esas horas bastante cocido, se animó a participar en la pelea y al poco el bar parecía el decorado de una peli de Tarantino.
 
La policía se personó en el local alertada por los vecinos y, una vez en el calabozo del cuartel, sacó el móvil y mandó un whatsapp al director de su empresa diciéndole que en cuanto resolviese un pequeño contratiempo que acababa de surgirle cogería el primer avión rumbo a Berlín.

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