martes, 13 de agosto de 2013



 
LA FÁBULA DEL ESCARABAJO

No ando yo muy puesta en épocas de celo, pero el reino felino debe de estar en ello porque en los últimos días no hago sino tropezarme con pequeñas bestezuelas de diverso carácter. Es curioso, pienso, cómo al fin y al cabo todos los seres vivos somos parecidos, esto es, con los cachorros de cuadrúpedos pasa como con los de bípedos: algunos se largan con cualquiera y otros por las justas se dejan tocar por sus parientes… y no por todos.

Han llamado mi atención esta mañana cuatro gatitos que sesteaban junto a una caseta. Dos han salido a escape en cuanto me he aproximado, otro se ha hecho a un lado y el más intrépido, un ejemplar común, de esos rayados, se ha quedado mirándome con sus enormes e inquisitivos ojos azules. “Corta vida- me he dicho- te espera, chaval, si vas por el mundo tomando tan pocas precauciones”. Y mientras me arrimaba para verlo más de cerca, un enorme escarabajo ha asomado su negra anatomía por ahí.

La atracción era grande y los dos evadidos se han acercado cautelosamente (ya habían comprobado a través de su colega el que se había jugado el tipo que yo no suponía ningún riesgo) y han comenzado entre los tres la operación de acoso y derribo al descomunal insecto, pobre y minúsculo bichito al lado de esos tres animalillos. El coleóptero (sabe más el diablo por viejo que por diablo) ha ido esquivando los zarpazos y ha comenzado a trepar por la pared. De nuevo los dos aprovechados, viendo que no conseguían su objetivo, se han dado media vuelta en otras direcciones y el tercero, el avispado felino de los ojos azules, ha conseguido al fin derribar a su presa, haciéndola caer cuando ya casi estaba fuera del alcance de sus garras para, una vez arrinconada entre sus patas, juguetear con ella un poco y abandonarla algo más tarde sin haberle causado ningún daño.

He contemplado sonriendo cómo el escarabajo se alejaba a toda prisa, pegado a la pared, mimetizado, haciendo equilibrios sobre sus delgadas patas y seguramente sin ser consciente de la merced que la naturaleza le había concedido esa mañana al tropezarse con cuatro cachorros, uno miedoso, dos inexpertos y el cuarto demasiado bonachón, en vez de con un gato adulto y apaleado por al vida, el hambre y sus compañeros de camada, en cuyo caso su suerte hubiera sido bien distinta.

Y he pensado que al fin y al cabo no somos tan diferentes: el cobarde, el incauto, los aprovechados y la pobre víctima que salva la vida porque los incautos son a menudo generosos. Y me he preguntado, una vez más, quién coño nos creemos que somos nosotros, los humanos, para pensar que merecemos el honor de sobrevivir a la muerte en forma de ectoplasma, de fuego fatuo o incluso de reencarnación en lama tibetano. Claro que a lo mejor eso es lo que nos diferencia: que somos los únicos que vivimos con la certeza de que esto se acaba el día menos pensado. Y que precisamente por eso tenemos derecho a que nos pase como al escarabajo: que cuando todo parece estar perdido el de arriba nos mire con aburrimiento y lástima y nos perdone la vida.
Por guapos y por listos.

1 comentario:

  1. Genial!
    Te felicito por esa magnífica manera de contar las cosas.
    Y gracias por hacerme sonreír, que no es poco hoy en día, tal y como están las cosas...
    Un saludo amiga y hasta la próxima
    E.

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