miércoles, 25 de septiembre de 2013




 
LA FOTO
 
Se dio cuenta de pronto, cuando abrió la puerta y la vio, allí, descolorida y tiesa, esas sonrisas viejas y espantosas, tan naturales en su día pero que ahora se le antojaban tan ridículas.
 
Y lo entendió todo de repente: el cansancio, el desasosiego, la falta de actividad, y esa barriga que cada día le alejaba un poco más de la punta de sus zapatos. Entendió su desidia a la hora de arreglarse y esas canas a medio teñir de ella. Entendió la ausencia de invitaciones de sus amigos, la desilusión y el aislamiento.
 
Lo entendió todo.
Pero la amaba tanto como el primer día. De modo que, justo después de, ras-ras, rasgar la foto en cuatro grandes trozos, entró a la cocina donde ella preparaba la cena, le quitó el delantal, le soltó la melena sacudiéndole el flequillo para que éste ondease sobre sus cejas como tanto le gustaba y, tras estamparle un beso de tornillo que estuvo a punto de asfixiarla, la arrastró hacia el sofá de la sala y le dijo:
“Cariño: tenemos que hablar”


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