lunes, 2 de septiembre de 2013





SOY DE SABINA
 
A veces me pasa. Que lo extraño. Que lo necesito. Que me hace falta escuchar sus palabras roncas, sus versos descarnados, sus fábulas urbanas, sus cuentos de princesas metidas a fregonas.
Lo necesito a veces, como se necesita un trago después de un sobresalto, un pitillo después de un buen polvo o la reconciliación después de una disputa.
 
Soy de Sabina como otros son del Barça o del Madrid. De playa o de montaña. Del pesoe o del pepé.
 
Soy de Sabina pues, por hábito, por tradición y por principios. Soy de Sabina por no ser de otra cosa. Soy de Sabina por cantante, por golfo y por gañán. Pero sobre todo por poeta. Soy de Sabina porque me nutre y porque me consuela, porque me conforta, porque me retrata. Porque me rescata incluso.
Soy de Sabina porque tiene una canción para cada momento de mi vida. Soy de Sabina porque se ha hecho viejo, porque ha pasado de la chupa al bombín, del gorgorito al carraspeo sin despeinarse, sin pedir disculpas. Con una dignidad poco común en esta mierda de país en la que hay que pedir perdón hasta por sobrevivir al almanaque sin complejos. Soy de Sabina por aquella noche inolvidable y loca en que acabé en un descampado, cantando a voz en grito sus canciones con un chaval al que acababa de conocer y que soñaba con ser artista y al que nunca he vuelto a ver. Soy de Sabina gracias a las turradas de mi hermano, que me hacía escuchar una y mil veces las canciones de aquél “Juez y parte” paleolítico. Soy de Sabina a causa de aquella “Mandrágora” que tantas y tantas vueltas dio en el giradiscos de mi hermana. Soy de Sabina, finalmente, por propia convicción, porque es el poeta que me inspira, que me emociona y que me sorprende. Soy de Sabina por bocazas, por rapsoda, por cuentista, por cronista. Soy de Sabina porque es capaz de escribir los versos que yo nunca inventaré. Porque ha vivido mil vidas y las mil las ha cantado. Porque moja su léxico en los clásicos, en la calle y en los arrabales porteños. Porque no hay palabra mal dicha en sus canciones. Porque sus historias son reales. Porque habla del amor con una rudeza brutal y hasta conmovedora. Porque sus canciones siguen haciéndome llorar aunque las haya escuchado un millón de veces. Porque es, con permiso de los grandes y para mi gusto, el más lúcido y brillante poeta de estos tiempos. Soy de Sabina porque sólo hay uno.
Y porque, después de más de media vida juntos, me sigue enamorando en cada verso.
 
En fin… soy de Sabina.


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