viernes, 7 de febrero de 2014




HONORATO Y SU DÍSCOLO ZAPATO

 

Algo tenía aquel zapato que estaba sacando de quicio al operario. Por más que intentaba clavar el cuero a la suela no había manera. Era dar una puntada y descoserse la anterior. Así que terminó por embadurnar el borde de la suela con cola de contacto y después pegar la piel con el fin de poder pasar los hilos sin sorpresas. Claro que ahí no acabó la cosa, porque cuando volvió con la caja para empaquetar el par le pareció ver que el díscolo zapato no estaba en el mismo lugar donde lo había dejado; es más, incluso había hecho un giro de 180 º y ahora se hallaba algo más lejos de su compañero y en sentido inverso, esto es, su puntera alineada con el talón de su vecino.

Claro que también podía ser que él llevaba demasiadas horas trabajando. O que se había cogido un señor colocón con la cola de contacto.

Sea como fuere no le dio más importancia: tomó los dos zapatos, los envolvió en papel blanco y los guardó en una caja que una vez cerrada precintó con una goma. Por si las moscas.

 

A Honorato, el hombre que lo compró, también lo llevaba de cabeza. Tenía la costumbre de dejar el calzado a la entrada del dormitorio, justo en los pies de un perchero donde colgaba la ropa que pensaba utilizar al día siguiente. Era Honorato un cuarentón soltero de lo más meticuloso, por eso le extrañaba tanto encontrar, cada mañana, el zapato vuelto del revés, su puntera alineada con el talón de su compañero, cuando él se encargaba personalmente cada noche de pasar revista a su perchero para asegurarse de que todo estaba en orden.

Claro que eso sólo fue al principio. Porque al cabo de un par de semanas el zapato empezó a cambiar de sitio. Y cada mañana era una aventura, porque Honorato tenía que buscarlo por todo el piso: hoy estaba en la cocina, mañana en el salón, pasado en el despacho… incluso hubo un día que apareció en la lavadora y otro que lo encontró tomando la fresca en el balcón en pleno mes de Enero.

Y a Honorato, tan organizado él, aquello empezó a descolocarlo: ya ni comía ni dormía, no hacía sino pensar en el misterio del zapato vagabundo. Y lo peor es que no podía compartir con nadie su desasosiego, porque si se le ocurría contárselo a alguien lo tomarían por loco. Y tampoco podía ir a la zapatería a devolverlo porque había tirado el tiquet de compra. Así que puso su cerebro a funcionar y al final tuvo una idea: ataría los cordones de Honorato y los de su compañero, que parecía un tipo muy cabal, y así el rebelde zapato no podría salir de excursión. Al menos sin hacer ruido. Puesto que si lo intentaba arrastraría a su vecino, él se despertaría y podría por fin averiguar la causa de ese misterio tan extraño. Porque Honorato estaba convencido de que todo ese despropósito tenía sin duda una explicación.

 

Intentó mantenerse en vela aquella noche pero fue imposible: a eso de las seis de la mañana le invadió un sopor incontrolable y se durmió profundamente. Eso sí, antes de quedarse roque echó una ojeada al rincón y comprobó que los zapatos se hallaban en la posición en que él los había colocado antes de acostarse.

 

Cuando despertó no había nada a los pies del perchero. Se levantó, angustiado, y revolvió toda la casa: miró debajo de las camas, en los armarios, en la bañera, en el lavavajillas, en el frigorífico, dentro de la taza del váter, en el cubo de basura, en el cesto de la ropa sucia, en el microondas y hasta en el depósito del combustible de la calefacción. Nada.

Volvió al dormitorio, meditabundo y derrotado. Descubrió la cama para ventilar las sábanas y abrió las cortinas. Casi estuvo a punto de atravesar el cristal cuando los vio, balanceándose, desafiantes y juguetones, delante de sus narices, suspendidos por los cordones de un cable de alta tensión.

 

#SafeCreative Mina Cb

 

 

 

 

 


2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Por fin he encontrado tu blog. Con tu permiso me he hecho seguidor tuyo y te he llevado como recomendado a la sidebar del mío. Si te apetece, puedes hacer lo mismo, aunque no es obligatorio, por supuesto. He borrado el anterior comentario porque me había salido un desastre. Saludos desde mi mejana

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