lunes, 7 de julio de 2014



LA DANZA

Cerró la puerta y nada sucedió. Se sentó en la vieja mecedora, las luces apagadas, la tarde agonizante enredándose entre las rendijas de las cortinas del salón y esa palidez polvorienta que cubría los muebles desde hacía varios días.

Cerró los ojos, levantó los pies del suelo y se dejó acunar, adelante y atrás, adelante y atrás, indolente e ingrávida como antes del origen, como en aquel tiempo en que flotaba en el vientre materno, ajena incluso a la circunstancia de su propia soledad, tranquila al fin y en paz consigo misma.

Y se sintió flotar entre las nubes, la cabeza vacía, casi hasta borracha, un poco mareada por el vaivén y los recuerdos que se iban escapando por los agujeros de sus orejas (podía percibirlo), y jugueteaban un poco alrededor de ella, como cenicientos duendecillos destellantes, para luego partir por la ventana, filtrándose entre las cortinas como lo hacía la pálida luz del sol de atardecida.

Y aquel silencio que durante semanas había sido un denso jarabe amargo e indigesto se convirtió en música inaudible, y resonó en su interior como una melodía pegadiza y vital que terminó por apoderarse de su espíritu hasta casi hacerla enloquecer, Y se levantó, desnuda y sin zapatos, y se dejó llevar por toda la estancia, girando sobre sí misma, los brazos tendidos como si fueran alas, el tronco balanceándose de un lado a otro… Deprisa, muy deprisa… Una anárquica y desenfrenada danza liberadora en la que nada le importaba…
Porque nadie la oía. Porque nadie la veía.

Porque nadie la juzgaba.

#SafeCreative Mina Cb

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