miércoles, 29 de octubre de 2014



EL BESO

La reconoció al instante pese a no haberla visto más que en una foto que alguien le tomó durante una fiesta a la que acudió con él después de la catástrofe. Se preguntó qué diablos se le habría perdido aquí, tan lejos de su ciudad. Y se dijo que era una coincidencia enorme que, de todos los lugares por los que podía pasearse, hubiera elegido su barrio precisamente.
Se acercó sin dudarlo. La miró largamente, inquisitiva, mientras la otra se reía y hacía comentarios al oído de la amiga que la acompañaba. La persiguió durante un rato, adelantando el paso y encarándose con ella, formulándole todas las preguntas que él nunca había querido responderle y sin obtener más repuesta que un puñado de sardónicas sonrisas. Finalmente, y ya próxima la hora de entrada al trabajo, se plantó ante ella, la cogió por los hombros y apuntó:
“¿Conocías mi existencia?”
Hubo de repetírselo tres veces antes de que la otra, altiva e insultante, respondiera: “Sí”.
Fue entonces cuando se dispuso a dejarla marchar, no sin antes desearle buena suerte y estamparle dos besos, uno en cada mejilla, momento en que la otra la tomó por el mentón con ambas manos, y aproximando su boca hasta la de ella, depositó en la misma un tibio y húmedo beso al que respondió en principio con desgana, pero que poco a poco la fue atrapando en el recuerdo de esa otra boca que hasta hace pocos meses había sido suya.
La desconocida se apartó de súbito y estalló en carcajadas, diciéndole que se notaba que habían pasado juntos media vida puesto que besaba igual que él. Y a continuación se fue, riéndose con ganas (alegre y chispeante, era así como él se la había descrito) mientras el zumbante timbre del despertador se introducía en su cerebro, plomizo e insistente.

Aún estaba excitada, comprobó. Excitada y triste al mismo tiempo.

#SafeCreative Mina Cb

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