sábado, 20 de junio de 2015

 
 
CALDITO CASERO

Desconectó los equipos y apuntó la hora en su libreta, aún sin acabar de creerse el desenlace. No tenía sentido, se decía. Era un caso simple; como tantos otros que llegaban a sus manos y que se resolvían con una terapia casi rutinaria. Todo había ido según lo previsto hasta el momento en que al paciente se le empezó a alimentar por vía parenteral. Entonces ya no hubo forma de hacerlo remontar. Y no lo entendía. No conseguía entenderlo. Cierto es que se trataba de un anciano. Y que, de haber respondido al tratamiento, no hubiera vivido más de un mes. Pero seguía sin ser normal que un caso tan simple hubiese tenido un desenlace tan rápido y tan incontrolable. Salió de la habitación, meditabundo y cabizbajo, dejando en la pieza al finado y a su viuda, una pobre mujer de más de ochenta años que lloraba desconsolada. Ella tampoco lo entendía. Durante años había estado dando a su marido ese caldito casero que era mano de santo. Incluso se lo había llevado al hospital y se lo había hecho tomar a diario mientras que él fue capaz de ingerir alimentos. Y una vez no fue posible, se lo siguió administrando mezclado con el suero de la bolsa, en cuyo interior lo introducía mediante una jeringa. Y ese caldito, su madre se lo decía siempre, era capaz de resucitar a un muerto.
Es por eso que ella tampoco lo entendía.
Lo mismo que el médico.

#SafeCreative Mina Cb

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