jueves, 4 de junio de 2015



LOS VERTEDEROS DE LA MEMORIA

Hay quien atesora objetos antiguos como si la memoria de los tiempos fuera a borrarse mañana y tuviera necesidad de guardar algo que le siguiera atando al mundo; nostálgicos con síndrome de Diógenes que amontonan fotos, manteles, flores secas y servilletas de los bares de las ciudades que han visitado alguna vez; gentes que convierten los objetos en fetiches y las cajas de zapatos en cofres del tesoro. Y las mesillas y repisas en altares sobre los que descansan los espíritus de generaciones enteras. Seres amantes de su pasado y de sus familiares, que miran hacia atrás en tono sepia y que de vez en cuando abren los armarios y despliegan con mimo las viejas servilletas de amarillos dobleces para mostrarlas a sus hijos y nietos y después encerrarlas de nuevo en lo oscuro, donde los deslumbrantes focos de la modernidad no puedan desvirtuarlas. Personas para las que los utensilios que heredaron de sus antepasados son sagradas reliquias que deben ser tratadas con respeto y reverencia. Porque son lo único que resta de la presencia de aquellos con quienes compartimos una parte de nuestra vida. Y a los que aún amamos. Y hasta lloramos muy de tarde en tarde.

Quizás porque yo pertenezco a una de esas familias donde el pasado es leyenda, me parten el corazón estos vertederos de la memoria en los cuales son depositados los ayeres ajenos. Me cuesta imaginar a alguien cargando sus memorias en un coche, llegando hasta una zona despoblada y desparramando las vivencias por el suelo. Como si la existencia de aquellos que le precedieron y tal vez lo trajeron a la vida no tuviera ya ningún valor. Y me paro, lo confieso, y escarbo entre los montones de “basura”. Lo hago sin ningún pudor, puesto que pienso que quien se deshace así de su memoria no tendrá inconveniente en que los demás hurguen en ella. Y no lo hago por interés, quiero decir, por saber a quién han podido pertenecer esos objetos, sino por pura lástima. Y por rendir un homenaje a los finados, ya que sus deudos han tenido el mal gusto de dejarlos ahí, a merced del viento y de la lluvia, impúdicos fetiches olvidados que las fauces del camión de la basura acabarán engullendo, sórdida papilla de vivencias que en su acerado estómago se mezclará con restos de pañales y frutas putrefactas.

Me encogen el espíritu, concluyo, estos tristes rincones en los cuales los últimos resquicios de la memoria de seres que hace tiempo se marcharon descansan, desordenados y al desnudo, tristes y absurdos, privados incluso del descanso eterno que una purificadora hoguera puede otorgar a la memoria de la que, por una u otra causa, alguien ha decidido deshacerse.

Me parece una falta de respeto.

#SafeCreative Mina Cb

No hay comentarios:

Publicar un comentario