viernes, 7 de agosto de 2015



EPÍLOGO

Querido mío:

Es inútil que sigas insistiendo. Tus palabras no causan ya ningún efecto en mí. Ninguna emoción. Ni siquiera la intrigante satisfacción de saber que ahora soy yo quien ostenta el mando. Y es que hasta la rabia se acaba diluyendo con el tiempo, menos mal, que si no vaya tortura de vida.

Quisiera hacerte saber que sigo disfrutando de los benéficos efectos que me han traído todas las cosa buenas que tú hiciste salir de mi interior y que yo no era consciente de tener. Toda esa ternura y esa afectividad soterradas que me impedían besar y abrazar a mis amigos porque sí, sin pensar en que resultaría ñoña, o sonreír abiertamente a la gente, o decir te quiero al ser amado todo el tiempo, sin temor a ser pesada o excesiva. Fue una buena cosa lo de deshacerse de esa frialdad que impedía que las personas se acercasen a mí. Y desde luego que sigo sacando buen partido de todas las enseñanzas acerca de los beneficios de mostrar mi parte femenina a todo el mundo. Sin tragar, eso sí, con la bobada de los malditos tacones, que me parece que fueron inventados por un acérrimo misógino. De hecho, hace poco alguien me explicaba la simbología de los mismos: levantar los glúteos e impedir que la mujer corriera. Acabé de comprender por qué jamás en la vida me han gustado.

Sirva esta nota, pues, como broche definitivo a nuestra historia. Es tarde para todo. No puedo detestarte puesto que te amé con toda mi alma. Y tampoco puedo desearte ningún mal. Simplemente quiero agradecer todas las cosas buenas que me diste. Y decirte que casi me he olvidado de las malas. E incluso de las terribles.
Espero que un día encuentres tu camino. Y que seas feliz.

Si te es posible.

#SafeCreative Mina Cb

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