lunes, 14 de septiembre de 2015



EL INFIERNO

Pasó más de media vida negando su existencia. No contento con su incredulidad innata se documentó al respecto hasta estar casi seguro de la inexistencia del mismo. Al tiempo, dicho sea de paso, perdió la fe en todos y cada uno de los dioses, en la providencia, en el destino, en los astros y hasta en la propia humanidad. Se creyó entonces el único sabio en un mundo de idiotas y empezó a despreciar a los creyentes y a los crédulos. Y al final su soberbia lo condenó al aislamiento, que él nunca quiso aceptar como tal y al que se empeñó en denominar incomprensión. Y creyó poder soportarlo. Pero tardó poco en comenzar a mirar con envidia a sus vecinos, quizá no tan doctos pero mucho más felices, pobres ignorantes que reían y lloraban juntos. Y arremetió contra las estanterías atestadas de libros polvorientos redactados por sabios que quizá habían sido tan necios como él. Y comprendió al fin que el infierno existía.
Y que habitaba en su interior.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen: “Infierno de pájaros”- Max Beckman

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