miércoles, 16 de septiembre de 2015



ESPÍAS EN EL RELLANO

Yo es que vivo muy feliz en mi casa, qué queréis que os diga. Muy feliz. Y sin hacer nada del otro mundo: me aseo, como, limpio, invito a gente, me paseo con el culo al aire, pongo la tele, escucho música, navego por internet, leo, escribo… Cosas normales que me ocupan, así a lo tonto, todo el tiempo que no paso durmiendo, que es la otra cosa que se hace en casa por lo general. Y claro, como soy tan normalita me da por pensar que el resto de la peña es como yo; o sea que están la mar de a gusto en su casa y que se entretienen con la tele, la plancha, la preparación del condumio y esas cosas… Pero no. Resulta que se aburren un montón. Y digo que se aburren porque les queda tiempo para saber si el resto entramos o salimos. Y para presentársenos en casa en cuanto se aseguran de que estamos dentro. Incluso a horas indecentes para cualquier persona con un mínimo de sentido común. Que también debe de ser verdad que es el menos común de los sentidos.
Claro que no hay mal sin consuelo, y a una le reconforta bastante el hecho de saber que en todos los bloques de vecinos existe por lo menos un agente de la CIA camuflado cuya finalidad es la de espiar al personal. De hecho, ni siquiera se libran los habitantes de los barrios residenciales puesto que siempre hay algún infiltrado en un chalet. Siempre.
Desde luego que vivir junto a alguien así tiene sus ventajas: no hay carta ni paquete que no te sea entregado. Tú puedes incluso cometer un crimen múltiple y pasar tres años fugado y diez en la cárcel que en todo ese tiempo no se te pierden ni un paquete ni una carta; porque tu vecino se va a encargar de recoger todo lo que al cartero no le quepa en el buzón. Yo he llegado a pedir a mis amigos que si me mandan postales las escriban en clave. Porque hubo un tiempo en que mis cartas se abrían a sí mismas antes incluso de llegar hasta mis manos.
Pero lo que de verdad no llego a entender es ese afán por controlar mis entradas y salidas. Y sobre todo esa habilidad que han desarrollado para detectar mi vuelta a casa y llamar al timbre cuando me estoy desvistiendo para ponerme la bata. O cuando me acabo de meter en la ducha. O cuando, como esta mañana, justo he terminado de fregar el suelo. Tienen un oído felino. Yo flipo. Eso o han instalado cámaras en el rellano. He llegado al extremo de volver una noche de fiesta a las tantas con una diadema luminosa, determinar que no era necesario darle al interruptor, iniciar el ascenso iluminada por las intermitencias de mi accesorio capilar y que al poco se encendiese la luz de la escalera. Supongo que para que no me estozolara, dado el estado en el que iba. Que a ver, en esa ocasión lo mismo lo agradeces, pero de normal te acaba hinchando un poco las narices. Más que nada porque, visto lo visto, cuando me rumio que andan al acecho, entro de puntillas, no enciendo las luces y meto la llave a tentón y despacito. Y luego, ya en casa, no pongo la tele, ni la radio, ni la música. Para que piensen que no estoy.

No sé. Creo que voy a mudarme. Porque me da no sé qué decirles nada.
No vayan a pensar que soy una borde.

#SafeCreative Mina Cb

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