martes, 12 de abril de 2016



ETILÓFONOS

Me dice una amiga que la otra noche metió la gamba hasta el mismo fondo. Tenía una cita. Una quedada con amigos a la que iba un chico que le hace tilín. Y que parece que es recíproco. Una de esas historias en que no sabe una muy bien por dónde le da el aire, con mucha evidencia y mucha ñoñería pero sin que nadie se decida a dar el do de pecho. Un amorío como de pipiolos.
El caso es que el alcohol templó la atmósfera y la cosa se acabó liando tontamente y empezaron las insinuaciones a medias, y los mira que sí pero no, y los pues no sé qué decirte, y los es que no lo tengo claro. Y todo por no formular directamente la pregunta, que parecemos críos. Y al final el asunto quedó peor de lo que estaba. Y mi amiga llegó a casa a las tantas, con aquellas doscientas copas en el cuerpo, un mosqueo del quince y más dudas de las que tenía por la tarde.
Y lo peor de todo: con la impresión de que su Romeo le estaba tomando el pelo.

¿Y qué pensáis que hizo entonces? ¿Hacer un pis, quitarse el maquillaje, meterse en la cama y tratar de dormir para, al día siguiente, con la mente clara y el hígado limpio, llamar al chico y aclarar la situación?

¡Noooooo! Porque eso es lo que una hace cuando está sobria. Pero cuando se ha bebido hasta el mistol, lleva un cabreo como de aquí a Tegucigalpa y tiene un móvil a mano, lo que hace es liarse a mandar watasapps y cagarla del todo. Hasta las trancas y sin posibilidad de enmienda. Porque ese puñetero sistema no te ofrece la posibilidad de recular. Hay que joderse; puedes mandar fotos al instante, mensajes de voz, archivos pdf… puedes hacer un montón de cosas que seguro que requieren de una tecnología complejísima pero no puedes desenviar una puta palabra. Una vez que le das a la flecha ya está. Ya no tiene remedio. Ya puedes excusarte como quieras que eso queda ahí. Por escrito además. Para que no haya dudas. Que antes te pillabas un rebote y lo llamabas y (siempre que te cogiera, que esa es otra) le decías hasta hartarte y luego, si se lo contaba a alguien, con negarlo ya lo habías arreglado. Tu palabra contra la suya. Pero ahora no. Ahora puede enseñarle la conversación a quien tenga dudas. Y te has caído con todo el equipo.

Pero vamos a ver, señores fabricantes de teléfonos: ¿Qué están esperando para inventar el etilófono?
Si, sí… el etilófono, es decir el teléfono que funcione como los etilómetros, o sea que detecte el contenido de alcohol en aire y se desconecte solo en cuanto mires la pantalla. Que digo yo que tampoco será tan complicado. Que se bloquee y no vuelva a funcionar hasta que se te pase la cogorza. Y que no se pueda trampear. O sea nada de una APP que te la descargas y la inhabilitas cuando te sale de la tecla. No: una función del aparato que no se pueda desactivar de ningún modo. Que nadie sabe cuántas hecatombes emocionales se han podido producir por esta causa. Que lo mismo que te pasa con tu chico te puede pasar con tu jefe. Que se han dado casos. Y es que esos servicios de mensajería instantánea son un arma letal en según que situaciones. Por eso considero imprescindible que se invente y se lance al mercado de inmediato un ingenio capaz de inhabilitar el terminal en cuanto llega ese fatídico momento en el que, como dice un buen amigo mío, el wifi debería convertirse en agua.

#SafeCreative Mina Cb


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