domingo, 12 de junio de 2016



CUARENTAYTODOS

Bromeábamos hace poco en un concierto acerca de esta edad tan mala que vanos teniendo. Una de las presentes decía que estamos “en lo mejor de lo peor”, y a mí me ha costado poco apropiarme de la frase que, junto con el argumento de una de mis clientas, que cuando mete la gamba suelta eso de “es que soy mayor” y ya no te atreves a decirle nada, empleo con frecuencia cuando se me va la pinza, cuando me niego a aprender cosas que ya no tengo ni puñeteras ganas de asimilar o cuando decido dejar el campo libre a los más jóvenes en materias que a mí, francamente, me la van trayendo completamente al fresco.
Creo que esta edad es estupenda. No me cabe duda. Y cuando digo que no me cabe duda es porque lo pienso así. Hemos llegado a un punto en el que hacer el ridículo nos importa un pimiento, en el que pasamos de cosas que hace unos años nos hubieran cabreado hasta el infarto, en el que nos vestimos, nos peinamos y hablamos como y con quien nos da la gana. Y en el que no tenemos que pensar (qué fatiga, pordios) en esa materia tan enojosa de “estabilizarnos”, esto es, conseguir un curro, comprar una casa y formar una familia. Es más, yo me voy encontrando cada vez con más gente que se desestabiliza. Y además deliberadamente. Que lo del curro y el techo es importante. Y lo de la familia. Pero que eso de meter más horas que el reloj, o hacer méritos para que nos asciendan, o aguantar a gente que nos pone enfermos no merece la pena. Porque el día menos pensado te levantas con un dolorcillo en el meñique, te hacen unas placas y te detectan una metástasis que se te lleva del mundo en dos semanas. Que sabemos que pasa. Antes solo lo imaginábamos, pero ahora lo sabemos. Y el que es un poco listo escarmienta en piel ajena y se aplica el cuento. Y se pone las pilas y se quita cargos y manda a tomar viento a ese amigo tan pesado que no hacía más que amargarle la existencia. O a la mujer. O a los hijos si hace falta y se han convertido en una especie de vampiros a los que no sacas de casa ni a bombazos. Y por cierto, que ahora voy entendiendo eso del que de joven no corre de viejo galopa. Porque nos pegamos media vida haciendo el tonto. Viviendo como nos marcan y no como queremos. Perdiendo el tiempo miserablemente. Y el día que sientes que toda la familia del cuarenta te ha pasado por encima, y te encuentras en la puerta de la iglesia la esquela del vecino del rellano, y caes en la cuenta de que trabajar como una mula no te hace ni más feliz ni más rico, decides empezar a vivir. A vivir con mayúsculas. Como si no hubiera mañana. Como si en vez de cincuenta tuvieras veinticinco. O menos. Pero con la ventaja de saber que no hay segunda parte. De saberlo con certeza digo. No de intuirlo.

Y es entonces cuando todo empieza. Pero de verdad.

#SafeCreative Mina Cb

Nota de la autora: Este texto lo escribí ayer sábado a mediodía. Al poco supe de la muerte del bailarín Ángel Martínez a la edad de 49 años. Vaya, pues, en su memoria. Y vivamos cada día como si fuera el último.

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