domingo, 7 de agosto de 2016

 



EL BOLSO DE MALLA

Siempre se preguntó qué podía hacer con esa boba. No le pegaba nada. Con lo sensible que él era y ella, sin embargo, era una estúpida de tomo y lomo. Lo veía pasar cada mañana con la bolsa de malla llena de bandejas de carne y de tomates. Que hasta en eso eran distintos porque él era vegetariano. Llevaba, también, siempre, algún libro de poesía, Benedetti sobre todo. Y las mañanas que tenía fiesta se sentaba en un banco a leer de camino a casa. Y fresas, que los fines de semana compraba para ella puesto que a él le producían sarpullido.
A veces hablaban al cruzarse y ella pensaba en invitarlo a algo: un café en el bar de la acera por ejemplo. Y poder charlar. Porque desde hacía tiempo lo sentía triste. Pero al fin no se decidía y había de conformarse con mirarlo pasar cada día, los tallos de las verduras asomando por entre las rejillas de la bolsa de malla, la mirada perdida y el rostro ceniciento.
Era un sábado de primavera cuando se cercioró de que hacía semanas que las bandejas de carne habían desaparecido de la bolsa. Lo mismo que las fresas.

Y lo invitó a un café.

#SafeCreative Mina Cb

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