jueves, 11 de agosto de 2016

 



TONTOLABA

Existen en el mundo imbéciles de difícil catalogación. Quiero decir que rebasan los límites de la imbecilidad hasta tal punto que uno no sabe muy bien si su cualidad proviene del orgullo, de la ignorancia, de la vanidad o incluso del adiestramiento.
Son, además, personas que piensan que todos alaban sus ocurrencias y disfrutan con su compañía, pese a ser, en general, bastante fanfarrones y a considerar que la gente que les rodea ha sido parida con el único fin de contemplarlos. Ni qué decir tiene que creen que todo el mundo
(salvo ellos, off course) es susceptible de ser mirado por encima del hombro, y tienen muy claro que aquéllos que se acerquen con el fin de entablar un trato personal habrán de estar dispuestos a recibir el desdén y la soberbia de forma absolutamente natural y desinteresada, esto es, sin ofrecer lo mismo a cambio.
En fin... que son unas pequeñas y (afortunadamente) escasas joyas de museo que merecerían ser encerradas en vitrinas hasta el día de su muerte, momento en que sus cerebros se pondrían a descansar en un frasco de formol para que científicos de todas disciplinas efectuasen experimentos genéticos destinados a la erradicación de tan dañina especie.
Tratarlos personalmente suele ser complicado, por lo que sus amigos se acaban aburriendo y los dejan de frecuentar. Lo mismo que sus parejas o familias, que fingen no conocerlos cuando se los encuentran por la calle, sobre todo si en ese instante se hallan en pleno ejercicio de sus facultades, que son muchas y lo bastante evidentes como para que haya quien los cale desde lejos. El problema, como siempre, es el de la madre, que no tiene más remedio que asumir la condición de su vástago y aguantarlo de por vida.

Pero a lo que iba. Que, del mismo modo que deshacerse de ellos es simple (suelen ser orgullosos y no intentan averiguar el por qué de nuestro rechazo; de hecho, es común que “todo el mundo les odie y nadie les comprenda”), definirlos es de una complejidad cuasi académica. Menos mal que el habla navarra tiene un vocablo que encaja a la perfección con el carácter de estos individuos y que está muy por encima del socorrido “gilipollas”, que es ya de por sí lo bastante explicativo. La palabra es “tontolaba”, un localismo surgido de la locución “tonto del haba” que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. De hecho, incluso las sociedades gastronómicas locales recuperaron hace poco la celebración de “La cena del Tontolaba”, un ágape de hermandad en el que el “tontolaba del año” es profusamente agasajado. Es más, el insulto, como en la mayoría de los casos, se utiliza a menudo de forma amistosa, entre amiguetes, en plan “Mira que eres tontolaba” para demostrarle a alguien que lo apreciamos tanto que se lo podemos decir de buen rollito, acompañándolo de una palmada en la espalda y una risotada bien sonora. Otra cosa es cuando el interlocutor es un profesional de la majadería que lleva décadas pasándose cien pueblos y al final nos coge calientes, nos inflamos del todo, nos encaramos con él y, mirándolo a los ojos fijamente, sentenciamos, mientras el resto de la concurrencia asiente con la cabeza.

“A ti lo que te pasa es que eres tontolaba”

Y ya está todo dicho.

#SafeCreative Mina Cb

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