domingo, 2 de octubre de 2016

 



PARECE NORMAL

Parece normal. Quiero decir como todo el mundo. Lo que viene a ser alguien que te cruzas por la calle y en quien no reparas. Del montón además. O sea no en plan George Clooney ni el feo de los hermanos Calatrava. Uno más de los que andan por el mundo, comen, curran y llevan al colegio a los críos.

Pero no es como todos. Ni de lejos. Al menos como yo. Ni como la mayoría de la gente que conozco. Que a lo mejor es porque él y yo no nos movemos en el mismo ambiente. Esto es, que yo no soy de las que se apuntan a todo bombardeo solidario. Solamente a algunos. A los que puedo y no me suponen un enorme esfuerzo. Y no me obligan a renunciar a otras ocupaciones. Como una gran parte de los mortales, creo. Solidarios de andar por casa. De guatiné y pantuflas. De mira qué pena pero hay que joderse lo bien que estoy en el sofá. De los que meten unos euros a una cuenta cuando pasa algo gordo. O algo muy gordo. O algo gordísimo. Como un terremoto o un tsunami o una calamidad de esas que dejan a cientos de personas en la calle. Que están muy lejos pero mira. Algo hay que hacer por ellos. Y no nos damos cuenta de que aquí también hay gente de esa. De la que está en la calle digo. En fin... sí que nos damos cuenta, pero es como si formasen parte del paisaje urbano. Están ahí. Cada día. Cada cual en su esquina con su recipiente y un cartel escrito a mano que intenta resumir en una frase la historia de una vida. Para nosotros son sólo vagabundos. Alcohólicos. Gentes de mala vida. Pero hay quienes los ven de otra manera.

Él es uno de ellos. Los conoce. Conoce sus nombres y a menudo sus historias y en ocasiones te cuenta cuentos de los que no se deberían escribir. Y de los que cualquiera puede ser protagonista.
David lo sabía. Que los miramos raro. Como a bichos raros quiero decir. Lo sabía y quiso luchar por ellos. Por devolverlos al mundo de la dignidad. Yo conozco personalmente a algunos de ellos. Los oyes hablar y te preguntas cómo ha sido. En qué momento terminaron en la calle. Cuál fue la noche en la que durmieron al sereno por primera vez. Y en qué se convirtió su vida desde entonces.

Me contó una de estas historias hace poco. Una tarde en el Villa Javier, limpiando muebles. Me lo contó como el que cuenta la película que ha visto en el cine. Quitándole importancia. Me habló de esas personas que, me dijo, están “a punto de cruzar la línea”, de dormir en la calle y empezar el descenso hacia el anonimato. Y me dijo, él, que dedica una buena parte de su tiempo a mejorar la vida de estos hombres y mujeres, que a veces se sentía miserable cuando algún compañero, en uno de estos trances, se llevaba a su casa al vagabundo, dejándole las llaves en la cómoda a la mañana siguiente cuando se levantaba para marcharse a trabajar. Me lo dijo casi avergonzado, como confesándome que no tenía agallas para llegar a más, que su generosidad era insuficiente. Y yo lo miré y miré a mi alrededor, ese local que había tomado forma en pocos meses, ese enorme trastero que por obra y gracia de la generosidad de cuatro locos se había convertido en un pulcro salón destinado a alimentar y devolver la dignidad a mucha gente, ese ambicioso proyecto llevado a cabo por un variopinto grupo de voluntarios que él había coordinado sin una sola queja, siempre conciliador y sonriente, siempre presente, siempre comprensivo, y me dije que si él se sentía miserable yo merecía, sin duda, un pasaporte VIP hacia el infierno.

Parece normal...

#SafeCreative Mina Cb

Dedicado a todos los integrantes del voluntariado de Villa Javier, por entregar su tiempo y su dedicación a un proyecto en el que todas las manos son imprescindibles. Especial mención a aquellos que hacen "más de lo razonable" y que nunca salen en las fotos. Que son muchos.

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