martes, 10 de enero de 2017

 



EDELMIRO, EL PEZ VAMPIRO

Era Edelmiro un pez feísimo. Pero feísimo feísimo. Tanto que nada más nacer su familia lo abandonó en mitad de la mar salada. Se hicieron los suecos, glu, glu, y se largaron aleteando mientras el pobre Edelmiro, que además de feo era bastante tonto, se distraía mirando un coral anaranjado que había crecido entre las rocas. También es cierto que su cuna era de abolengo, puesto que pertenecía a una estirpe de elegantes rodaballos que no se codeaban con cualquiera. Es por eso que cuando el patriarca del grupo le vio esa dentadura decidió que eso no era sangre limpia y que había que desprenderse de él. Que tampoco era plan de contaminar los genes.

Y allá que se vio Edelmiro, con su cara de mero y su coral anaranjado, que parecía hacerle burla con los tentáculos, solo en mitad del océano y sin un mal banco de placton que llevarse a las tripas, llorando como una magdalena y sin poder adoptar al coral como amigo porque, al no haber leído el Principito, desconocía la posibilidad de que se pudieran entablar lazos amistosos entre seres de distinto reino biológico. Claro que también ignoraba si el coral era pez o era planta. Así que aún más difícil.

Pero a lo que iba. Que el pobre Edelmiro nadó y nadó buscando una familia. Pero todos huían a su paso. En ningún grupo encajaba y nadie parecía dispuesto a apiadarse de su infortunio. Y deambulaba triste, sus lágrimas diluidas en la mar salada, pensando que lo mejor que podría pasarle sería morir en ese mismo instante. Pero tampoco sabía suicidarse. Y dejar de respirar es complicado porque uno no puede cerrase las branquias con la aleta. Seguramente es por eso que el índice de suicidios entre los peces es tan bajo que ni siquiera aparece en las estadísticas ictiológicas.

De modo que Edelmiro se dejó llevar por la corriente, impasible y ya sin voluntad, esperando a que la inanición acabase con su vida, entregando su alma y sus escamas al divino Poesidón. En ello estaba casi cuando entrevió a lo lejos un gigantesco tiburón que se aproximaba agitando el agua con vigor. Es el fin, se dijo. Me viene a devorar. Y cerró los ojos con fuerza mientras sentía las burbujas removiendo sus aletas y unas enormes fauces engullían, como un vórtice, su diminuto cuerpo acompañado de un sinfín de peces, algas y hasta latas de refresco.

Pero algo sucedió con Edelmiro que no llegó a adentrarse en la bocaza de Ramón, que es así como se llamaba el tiburón. Se enganchó con los dientes en alguna parte y el bicho lo escupió, furibundo y curioso, lanzándolo ante él para mirarlo sorprendido y acabar invitándolo a seguirle. Fue tal cual, por muy inexplicable que parezca. Y desde ese mismo instante, ambos forman un equipo insuperable. Edelmiro se habituó al sabor de la sangre de las presas de Ramón y ahora va por las costas atrayendo con su curioso aspecto la atención de algún que otro incauto que, una vez se aproxima y lo sigue mar adentro para capturarlo, se convierte en el plato principal del festín de la jornada.

Bromas de la cadena alimenticia.

#SafeCreative Mina Cb

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