domingo, 21 de mayo de 2017

 



BOTELLINES Y BAQUETAS

Es intemporal. Lo mismo que los muros de esa calle en la que hemos pasado más de media vida. Lo mismo que el descontento. Lo mismo que la música.

Le tocó crecer en unos años en los cuales la ñoñería no estaba muy bien vista. Y por eso sigue mirando con aparente frialdad. Y se reviste de esa pátina de mujer dura a la que nada puede herir ni transformar.
Viene, como yo, de los tiempos de Aurora y de sus chicas fuertes. De aquellos años en los que la única manera de que te respetasen era aguantar. Gritar. Ser como ellos. No dejarse asustar.
No sucumbir.

Lució durante años una larga melena que caía lacia sobre sus hombros y que tomaba vida propia cuando se sentaba ante los bombos de la batería. Eso y una pesada chupa negra que creo que no se quitaba ni para dormir. Eran los tiempos del Pekín, cuando se apostaba tras el tirador mientras la Jao controlaba la parte musical, rebobinando las cintas con un Bic al tiempo que recogía los vasos y abroncaba a los que intentaban pasarse cinco pueblos.

Hace mil años ya que el bar cerró y que su melena pasó a ser una curiosidad que se deja ver de pascuas a ramos en el Féisbu. Pero ella sigue ahí, incombustible, enjuta y sin edad, regentando un garito un tanto tétrico en el que jamás se hace de día y desde el cual continúa observando el paso de la vida a través de los demás, pero con una diferencia. Y es que esta mujer se ha convertido en una especie de madrina de todo el personal relacionado con el rock de la ribera. Y ha conseguido aglutinar en un espacio mínimo a los más lúcidos talentos de la zona, que se mezclan, semana tras semana, con neófitos del tema y dan forma, cada cual a su modo, a un curioso concierto cuyo resultado nadie puede adivinar. Hay noches en las que el desastre se masca desde el primer acorde y otras en las que la magia se apodera del antro y los presentes tienen el privilegio de asistir a un acontecimiento único. Todo depende de las voces. De los dedos. De la coincidencia en el tiempo y el espacio de ciertos especímenes.

Y ella mira y sonríe, llevando con los dedos el compás sobre la barra. Orgullosa de ellos. De sus chicos. Que le cuentan secretos que a los demás esconden. Cosas que no se atreven a decirles a sus padres. A sus novias. A sus amigos. Porque ella tiene la credibilidad de los adultos encerrada dentro de su carcasa adolescente; despreocupada y un tanto macarra. Tiene ese aire de colega que te deja 100 pavos cuando estás a dos velas y luego se le olvida que se te ha olvidado devolvérselos. Tiene ese espíritu rebelde y anarquista, como de ir a su bola en plan felino, ágil y siempre alerta, atenta a lo que ocurre alrededor, sin despistarse, dispuesta al ronroneo si se tercia pero sin que el otro se olvide de que tiene garras. Una mujer ambigua y generosa (odio la palabra “solidaria”) que se ha acabado convirtiendo, por mucho que le joda, en la Superwoman que, me consta, a muchos de sus clientes les gustaría haber tenido como madre.

#SafeCreative Mina Cb

No hay comentarios:

Publicar un comentario