martes, 4 de julio de 2017

 



EL APASIONANTE Y ESPUMOSO MUNDO DEL CHAMPÚ

Confieso que mis conocimientos sobre cosmética son más bien elementales. De hecho, yo me había lavado el pelo toda la vida con uno de esos champús de marca desconocida, una litrona plástica rellena de líquido transparente, viscoso y discretamente perfumado que me quitaba la grasa del pelo. No me dejaba una melena como la de la Penéolope Cruz pero tampoco es que me haga mucha falta puesto que yo no aspiro a llamar a gritos a Pedro Almodóvar desde el escenario de un salón lleno de celebritys.
Pero el otro día una amiga me convenció de que a partir de una cierta edad (que no confesaré) lo mejor es utilizar un producto más específico a tus necesidades.

Así que me planté delante del lineal de los champúes del supermercado de mi barrio y allí fue donde realmente tomé conciencia de que había pasado toda mi existencia instalada en el pasotismo y la ignorancia.
Porque elegir un champú es más difícil que elegir un novio… ¡Qué digo un novio…!

Elegir un champú es más difícil que elegir un vestido de boda.

Para empezar, ahora ya no se utiliza la palabra “pelo”, que queda muy ordinario. Y en cuanto a la variedad, hace falta tener estudios superiores para decirse. Hay champús para rubias, para morenas, para pelirrojas, para teñidas, para canosas… hay champús para pelones y para pelados; para casposos y para grasosos; para recios y para débiles; para lisos, para rizados y para ondulados; para castigados, para quebradizos, para delicados… Para niños y mayores, para hombres y mujeres… hasta para caballos encontré. Y estoy segura de que existen incluso variedades para calvos. Y luego están los acondicionadores, los suavizantes y las mascarillas que siguen la misma gama. Y los productos para alisar, desencrespar, desrizar, colorear y decolorar. Y están todos juntos, que no revueltos en la misma balda, que aquello es como ver al ejército de Pancho Villa en formación, todos con gorros diferentes, mirándote de soslayo desde su atalaya e incluso alguno susurrándote al oído: “Cómprame a mí que llevo seis meses en esta estantería porque aquí no vienen clientes con el cabello moreno, casposo, frágil, ondulado, quebradizo y tendente a la caída”.

En fin, que tan perdida me hallaba que agarré por banda a una cajera que iba a pesar un manojo de plátanos y le pregunté:
“Vamos a ver, señorita, si yo tengo el pelo liso, fino y moreno… ¿qué se supone que tengo que utilizar? Porque, en base a la lógica, lo que debería hacer con mi pelo un champú específico para mi tipología es alisármelo y realzarme el moreno. Pero si nos atenemos a la naturaleza humana, que nunca está contenta con lo que tiene, el resultado debería ser una melena afro, rubia platino y recia como la pelambrera de un león. ¿Sabe usted, señorita, si las recetas de los champús obedecen a la lógica científica o a la fantasía del usuario? ¿Cree usted que si yo utilizo este producto voy a quedarme como estoy o, por el contrario, me voy a transformar en una obsesa sexual como la del Herbal Essences? ¿Voy a enamorar a Richard Geere? ¿Van a seguirme los hombres por la calle? ¿Voy a despertar pasiones? ¿Voy a saltar al estrellato? ¿Voy a cabalgar por las verdes praderas, cual Lady Ghodiva, los cabellos al viento y las domingas al aire? ¿Voy a aisistir a recepciones donde la anfitiriona reparta Ferrero Rocher? ¿Voy a…?

“Señora, - me interrumpió la dependienta, muy seria y sin soltar los plátanos- lo que su cabeza necesita no es un champú. Es un psiquiatra”

#SafeCreative Mina Cb

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