martes, 12 de septiembre de 2017

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LA COMPLEJIDAD DE LO SENCILLO

La vida raramente se parece a las películas. Quiero decir que es lo que es, sin guión establecido ni efectos especiales ni posibilidad de meter la tijera cuando las cosas salen mal.

Pero nos empeñamos en que lo sea: soñamos con una vida idílica; con triunfar en los negocios, con tener un casoplón de puta madre, con enamorarnos al primer vistazo y que aún encima ese ser angelical nos comprenda y complemente en lugar de amargarnos la existencia. Y ya no admitimos nada que se salga de los moldes: si no es como en el cine no nos sirve. Eso en el caso de lo, digamos, cotidiano; porque luego ya está lo surrealista, que es una disciplina que el cine aborda en general en términos más bien hilarantes, convirtiendo en comedias descerebradas dramas tales como que una amiga del alma se separe y se te instale en casa un mes, te gorronee los cosméticos, se enfunde tus vaqueros favoritos y hasta te levante el novio si se pone a tiro. Y tú no seas capaz de hacer otra cosa que irte a un karaoke con las compañeras de trabajo y después terminar en una sala guarra metiéndole un billete de cincuenta al stripper por el tanga mientras tu novio jadea encima de tu amiga.

En fin... que la vida es real y no comedia o drama plasmado en celuloide. Claro que, como bien decía Gil de Biedma, nos damos cuenta demasiado tarde. Y entonces nos echamos a vivir como si no hubiera mañana. Y vamos deshaciéndonos de cosas, de prejuicios, de lastres ilusorios. Y a veces, cuando cometemos el error de volver a caer en tentaciones fílmicas, la realidad nos da una bofetada y reculamos. Y nos reencontramos con el silencio de nuestro interior, que es la única verdad del universo. Y en él hallamos, de nuevo, el placer de disfrutar de todas esas cosas simples que nos hacen felices y que a veces ignoramos, cegados nuestros ojos por el engañoso fantasma de lo comercial.

#SafeCreative Mina Cb

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