jueves, 9 de noviembre de 2017

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LA SEÑORA FERNÁNDEZ

Desde luego que Diéguez no estaba nada mal. No era demasiado común y además tenía ese toque de hidalguía de los apellidos castellanos; un aire como de abolengo añejo, de embozados de florete fácil y carrera presurosa. De hecho, ella siempre se había sentido bastante orgullosa de llevarlo....

Hasta que lo conoció y ahí se vino todo abajo. Y ya no tuvo otra obsesión que ser Fernández. La señora Fernández más concretamente. Y mira que él le repetía que la cosa estaba bien tal cual; cada uno en su casa y un encuentro cuando las circunstancias eran favorables. Pero a ella se le metió entre ceja y ceja y ya no hubo manera. Fue trasladando enseres poco a poco y, para cuando él quiso darse cuenta, ya la tenía instalada con la excusa de que el piso de él era en propiedad y el de ella en alquiler, y total, si pasaban juntos la mayoría de las noches, para qué iba a seguir gastando en un alojamiento. Ya contribuiría a los gastos.

Pero nada es eterno y esa pasión ígnea que caracterizaba los encuentros del inicio se fue desinflando y acabó por convertirse en casi un trámite, circunstancia que no la hizo desistir de su empeño de convertirse en la señora Fernández, cosa que logró a los pocos meses, tras convencer al chico de que era lo mejor a nivel legal por si a alguno de los dos “le pasaba algo”.

Y lo que les pasó fue que el hecho de compartir apellido acabó por convertir su intimidad en un marasmo, hasta el punto de que el deseo desapareció del todo, más que nada porque, en uno de los escasos escarceos sexuales que tuvieron, el señor Fernández dijo haber visto en el interior de la cavidad vaginal de su señora una especie de ojo que lo observaba y ella se creyó en la obligación de consultar a un terapeuta. Este le recomendó que pidiese cita a un reputado sexólogo a cuya consulta acudió una mañana. El profesional la derivó a un ginecólogo que, tras hacer entrar a la señora Fernández en su consulta, se puso a examinarla con meticulosidad y quedó sorprendido por la presencia en el interior del conducto de la dama una especie de telaraña como las de los escaparates de Halloween en cuyo centro, en lugar de un arácnido, se vislumbraba un diminuto y extraordinario ser, una especie de minion de cuya cabeza brotaban, a modo de pelambrera, unos hilos viscosos que llegaban hasta la pared del receptáculo. Quizás se trataba de una mutación de las bacterias de la flora o puede que incluso fuera una infección. O cualquier otra cosa, pero el caso es que la señora Fernández tenía una presencia extraña alojada en el lugar, seguramente a causa del abandono del mismo, que fue, desde el momento en que la mujer cambió al fin de apellido, un paraje desierto en el que nada interesante podía suceder.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb






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