martes, 6 de febrero de 2018

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DE GOYA

Mis hormonas se montan películas:

Arrasarían
(de eso estoy segura)
de estar presentes en la ceremonia de los Goya.

Elaboran historias impecables:
siniestros thrillers de corte apocalíptico
de esos en donde no se salva ni el apuntador.

Confeccionan guiones magistrales,
agudísimos diálogos en los que las palabras
cobran doble sentido
(y hasta triple)
y en los que incluso el más inocente comentario
desencadena el caos,
llenando los renglones de mayúsculas,
exclamaciones duplicadas
e interrogantes afilados como cimitarras
a los cuales
ninguna respuesta calma o satisface.

Mención aparte merecen los actores,
un escogido elenco de especialistas
en dar vida a villanos,
traidores, malnacidos,
envidiosos y necios personajes
cuya principal ocupación
(parece incluso que vivieran de ello)
es la de conspirar y ver el modo
de hundirme en la miseria.

Y cómo no mencionar, en fin,
los decorados:
esos descomunales escenarios vacíos
y pobremente iluminados
por los que deambulo, descalza y solitaria,
con un burdo camisón de franela hasta los pies
y unas ojeras como las de Miércoles
(la niña de los Addams)
comiendo chocolate,
maldiciendo en etrusco,
gimoteando como una magdalena
y mandando a la mierda a todo aquél que se me acerca
para decirme que tampoco es para tanto,
que ya me ha sucedido en otras ocasiones
y que es mejor
que me quede calladita
(inmóvil ya de paso
o en coma en plan Bella Durmiente,
y aunque hayan de mediar unos guantazos
si la cosa es muy grave)
antes de hacer,
decir
o escribir algo,

de lo que al cabo de unas horas

me habré de arrepentir.

#SafeCreative Mina Cb

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